
Cree que el asesino Álvaro Corbalán le salvó la vida y dice que jamás cantó para Pinochet. Tito Fernández desclasifica parte importante de la historia de su vida en esta conversación, mientras publica un disco cuádruple y comienza su campaña de desaparición. Son las ganas de esfumarse de un tipo no feliz que se ha codeado con la mierda, la muerte, algunos bandidos y otro tipo de desapariciones.
Una gran reja verde que parece una celda. Timbres antiguos que no funcionan, que engañan a cualquiera que no sabe que los nuevos están camuflados detrás de la puerta. Chapas eléctricas que se abren de lugares que no se ven. Y puertas y doble puertas. Más que la entrada a la casa que El Temucano arrienda en Avenida Matta, parece la entrada a un búnker, con pasadizos y recovecos. Como si el cantor estuviera escondido de alguien que quiere encontrarlo.
Humberto Waldemar Asdrubal Baeza Fernández es un cantor popular hermético no creyente, pese a las biblias que reposan en distintos libreros de su guarida. El Temucano no sigue al Cristo sino a Hermes Trimegisto, creador de una antigua filosofía medio alquimista que a través de la tabla esmeralda y siete principios fundamentales explican cómo funciona nuestro universo.
Es complejo no sentirse ignorante cuando uno se enfrenta a una persona como Tito Fernández. No es tan simple como el vino (que no le gusta). Con 68 años es un tipo que acumula en cantos, pero sobre todo en poesía. Sin más grandes maestros que un par de tías campesinas, los discos y libros (propios) copan su escondite, donde las gaviotas se atropellan entre sí, tratando de robarle espacio entre otros premios, a las 83 producciones propias y a su libro eterno, ése que ya lleva varios tomos sobre una repisa y exactamente 46 mil ochocientas diecisiete páginas.
Los carteles gigantes de espectáculos con Quelentaro, Víctor Heredia, Pablo Neruda e Illapu (banda por la que pidió permiso en Antofagasta para que vinieran a grabar su primer disco a Santiago), decoran la entrada del lugar donde Fernández se siente más cómodo. En su isla-habitación el hombre habla de canto popular, fantasmas, militares, estrategias políticas y envíos de dinero del extranjero para comedores infantiles.
No le gusta dar nombres, "hay cosas que deben permanecer en silencio", dice para entusiasmarse en una nueva aventura de memoria, aunque dice no creer en ella, que no es necesario recordar "porque uno es lo que es y eso es producto del pasado. El futuro no existe". Es ordenado, intenso, gruñón y buena gente. Tanto así que redujo su oficina a la mitad para albergar a una sobrina que se vino a vivir con su familia actual, cercanos seres que lo tratan de padre ausente, a lo que él responde: "Ellos no saben lo que es tener hijos ausentes".
Intenso, con barba ya blanca, no usa poncho y a ratos se pone un sombrero como de capitán nerudiano. Su pelo ahora también albo, se asemeja a los de sus queridos Quelentaro. Y es arrollador en la expresión, tanto que está preparando 50 nuevos discos (de los que ya tiene 23 grabados); también una historia narrada en disco y un libro con cerca de 5 mil estrofas. Además estudia Bachillerato en el Uniacc para después empezar con sicología.
"Me gustaría estudiarla y si pudiera ejercer, me dedicaría a mis compañeros presos políticos, no cobraría por ayudar creo que ninguno de nosotros quedó muy bien después de esa experiencia, sería mi última labor en este mundo, si es que tengo la cabeza lúcida, porque ninguno de nosotros quedó muy bien de la cabeza", dice.
Así Fernández entreteje su "plan de retiro de la vida pública" reconociéndose "no feliz". A ratos mantiene distancia con la dignidad y sabiduría que dan los años. En otros momentos, cuando quiere decir algo importante, sus ojos parecieran acercarse como en un plano cerrado de película en blanco y negro. Es un comunicador nato y lo ha demostrado casi con 50 años de escenarios. Lo bautizó el pueblo como Temucano y aunque en 18 títulos de sus discos prohibió que le pusieran así, hoy es un agradecido del nombre que le dio la gente: "No a cualquiera le pone nombre el pueblo", se abanica. Pero es uno de sus yo. Tiene varios.
Zapatos rojos
Su tía Matilde Baeza y su tía Juana lo iniciaron en el canto. Escuchaban música norteña mexicana. La segunda fue quien lo educó en los primeros años de existencia. Recién hace dos supo que su madre lo había dejado con ella cuando nació. Le dolió, no le gustó enterarse de que su mamá, por no estar casada, lo dejara un período en manos de otras personas. El fantasma de la guitarra de su tía Juana todavía lo ronda cuando no sabe cómo resolver una canción.
A temprana edad conoció la calle con la certeza del que debe buscarse la vida a los 13 años. En 1960, a los 18, optó por el canto profesional y se empapó de otros músicos como Atahualpa Yupanqui y su maestro Tulio Mora Alarcón. Dejó de estudiar en la Escuela Postal Telegráfica y también su pega en el Liceo de Hombres de Temuco.
En los ’60 y ’70 fue aplanando veredas guitarra al hombro y fue empatizando con las necesidades de la gente y la conciencia social. Entonces fichó por las Juventudes Comunistas y hoy es uno de esos socialistas que no han renunciado al partido.
-¿Es cierto que a usted lo salvó Jaime Guzmán?
-Al revés, en una conversación en un avión rumbo a España, hicimos una lista de las personas que él podía sacar de los campos de concentración. Yo jamás pensé que iba a conversar con él, de hecho jamás le hubiera dirigido la palabra, pero jamás. Él se acercó a mí en ese vuelo y me fui con él. Quince días después nos encontramos de vuelta. Él no estaba de acuerdo con la represión inhumana, al menos eso me dijo a mí, no sé si sería verdad. Pero hicimos una lista con personas y las sacó.
-¿Quiénes?
-No puedo. No, no, no. Eso es ponerse títulos y medallas que no sirven para nada. El hecho sí. Estábamos en guerra y yo me aproveché.
Antes de ese encuentro, para el momento del golpe, Fernández decidió quedarse en Chile. Todo comenzó por un papel que le tiraron el 11 de septiembre de 1973 por debajo de la puerta. Decía: "No te asiles compañero, te necesitamos". Lo detuvieron el 22 de septiembre en la Escuela de Especialidades en el paradero 32 de la Gran Avenida y lo trasladaron a la Base Aérea de El Bosque. Y según un documento que le entregaron después sólo estuvo detenido un día. Hoy prefiere no recordar cuántos fueron en realidad, aunque aclara algunos mitos de esos años oscuros.
-¿Es cierto que Pinochet lo pidió para cantar?
-No, jamás me enteré.
-¿No cantó para su cumpleaños?
-No, en lo absoluto.
-Pero usted sí tuvo cercanía con Álvaro Corbalán.
-Sí, él me sacó de una situación difícil. Él era muy admirador mío, no sé si todavía. Y en un momento crucial de mi existencia, sin conocerme, él intervino. Pero cómo te voy a contar esas cosas
-¿A qué momento se refiere?
-A un momento crucial. Yo creo que le debo la vida.
-Y siguieron siendo amigos.
-No. Dices siguieron siendo, como si lo hubiésemos sido antes (sube el tono).
-Pero usted fue a verlo a la cárcel.
-Tuve que ir a decirle algunas cosas. En primer lugar, acerca del principio de causa y efecto y de cómo dos personas que se conocen antes del golpe militar, siendo muy jóvenes, de repente por una imbecilidad humana quedan en dos lados de la trinchera. Ahora en ese tiempo no era lo que pasó a ser después
-Un asesino, digamos.
-Eso fue lo que pasó, no lo puedo negar. A lo mejor le debo la vida. Yo creo que sí. No hay más relación que eso. Si una persona te salva la vida, cuando te cae la mano pesada, por lo menos tenís que ir a decirle algo.
"MI MISIÓN ES QUE NO SALGA PIÑERA"
Cuando se quedó en Chile fue parte de lo que se llamó la Línea roja. "El día del golpe recibí ese papel. Y a mí me tocó la dura. Nosotros éramos de los que empujan, los que nos jugábamos el cogote todos los días y no nos conocíamos entre nosotros. Había toda una organización subterránea donde nadie conocía a nadie, porque si se hubieran conocido bastaba con que quebraran a uno y chao. Sólo tenía un contacto y nada más". El Temucano reprime algunos recuerdos, toma distancia y luego retoma. "Esa fuerza existe y era ayudada por toda la masa de atrás que desconoce esa fuerza. A toda esa gente que estuvo en esa Línea jamás le van a dar ni las gracias, porque nadie sabe que estuvo ahí. Qué ilusiones se pueden hacer, ni una sola. Sólo cumplir con lo que le corresponde".
Fernández sostiene que una vez que el campo quedó desocupado, al llegar la democracia, llegaron las "fuerzas de ocupación", que eran todos los que estaban afuera. "Ellos llegaron preparados para hacerse cargo del país, y entonces uno chao , porque nadie sabe que estuviste ahí. Nadie te va a dar un diploma, ni las gracias".
-¿Pero no cree que de ser así a usted deberían haberlo perseguido más?
-A mí me persiguieron muchísimo. Pero yo estaba en esa línea así que me la tenía que mamar tranquilito sin decir nada. ¿Tú crees que yo me ganaba la vida cantando? Yo cantaba gratis, no ganaba nada. Y lo poco que gané iba para la resistencia. Yo me ganaba la vida haciendo chalecos para cabros chicos en una máquina de tejer. Esta es la primera vez que cuento esto, pero eso es pasado.
-¿Cuál era su tarea entonces en la Línea roja?
-Eso sí te lo puedo decir. Cuando hacíamos conciertos y teníamos todo vendido, nos paraban el concierto. Muchas veces nos llevaron presos a mí y a todos los espectadores. Ahora, creo que el haberme permitido grabar discos fue una maniobra política de la dictadura, para no parecer tan dictadura. Y eligen a un tipo de reconocida significación antimilitar, antigolpe, y le permiten grabar. Mis discos se vendieron como pan caliente, porque había una orden interna, de toda la resistencia, de que había que colmar las casas de discos. Uno de los objetivos era mantener la palabra canto popular. Tenía que llegar a nombrar a Neruda y Violeta Parra. Y no sólo llegué a nombrarlo, llegué hasta competir en el Chilenazo con una canción que se llamó "Pablo Canto", que no ganó porque un jurado que reemplazó a otro le puso un uno en la final. Yo no podía estar en televisión.
-¿Nunca fue a Canal 7?
-No, una vez una persona me llamó para que hiciera algo. Y en realidad lo mandé a la concha de su madre
-Pero en "Sábados Gigantes" recuerdo haberlo visto.
-Sí, era el único canal en el que se podía trabajar y el único programa. Después se puso un poco más elástico y salí en otro espacio. Esa fue una gestión personal de Mario Kreutzberger, a quien le debo y le agradezco desde aquí, no sólo por mí, sino que por mucha gente a la que no se puede nombrar porque que hay que dejarlos vivir tranquilos.
-¿Hoy tiene alguna misión como militante socialista?
-Mi misión es que no salga Sebastián Piñera, ojo, no es que salga Frei. La parte como militante para mí es que no salga Piñera. Y eso que he estado con Piñera muchas veces, hemos compartido micrófonos en la radio y otras cosas. Pero así es.
"UNO SE VA ENSUCIANDO"
Dice que no va a publicar sus libros, que apenas se la puede con el músico. Acaba de editar un disco cuádruple por sus cincuenta años que incluye doce canciones inéditas. Fernández dice no escuchar a El Temucano. "No me gusta", agrega porque prefiere al que escribe. Elige no escuchar música, para no influenciarse con los demás. Se aburre con Serrat y el metal de Mercedes Sosa no lo soporta. Gruñe. Si es por cantores prefiere a Alberto Cortez o al polaco Goyeneche. Escudriña en el pasado para recordar a Guillermo Riffo (director de la Escuela de Música Moderna), quien le dijo que si le enseñaba música lo iba a matar, porque músicos había muchos y Tito Fernández uno solo. Se enorgullece de ser el autor de una antología poética que editó y prologó Luis Advis.
Para contar sus obras se necesitan más que estas líneas. Pero está seguro de ser un referente del canto popular, así como también Quelentaro y Jorge Yáñez, los mismos que dieron como herencia a tipos como René Hinostroza, que según Fernández, va a ser uno de los íconos más importantes del movimiento.
Insiste en que los discos son una mentira, que en vivo se ve la verdad. "Hay una máquina que te afina. Los míos son naturales, yo soy un cantor natural, no le pongo ni mucha reverberación a mis discos, para que parezca que estoy cantando ahí mismo". En la niñez están sus tesoros, las obras que la gente más recuerda. "Cuando eres niño no estás sucio, eres limpio, pero cuando creces la sociedad te va ensuciando y tú no te das cuenta, no sólo el esmog, también la cultura, todo te ensucia. Entonces a tu trabajo también le pasa lo mismo. Ahora si yo recito "El Mañungo", la gente se emociona. Tenía trece años cuando lo escribí. Si recito el poema del hijo huacho, pasa lo mismo. Lo escribí a los 12. ¿Cómo voy a repetir eso?, es imposible, uno se va ensuciando".
Su maestro le enseñó que el micrófono amplifica la voz, pero que no le da significado y por eso divide a los artistas en los de forma y de significado. Como cantor popular "natural y sin estudio" es parte de los segundos. "Si me hubiera ido por la forma sería rico. Yo no tengo nada en mi cuenta, no tengo casa, no tengo auto, yo ando a pata".
-¿Y la familia?
-Tuve que renunciar a mi familia para ser cantor. He juntado 10 hijos al final, porque me he casado tres veces. Entre los míos y los que he criado son bastantes. Pero siempre he sido un papá ausente. Al menos ellos me acusan de eso. Lo que ellos no saben, y déjame ocupar tu diario para decírselos, es que nunca han pensado que ellos fueron hijos ausentes, nunca se han puesto en mis zapatos.
-¿Es usted un hombre feliz?
-No, no he conocido todavía a ningún hombre feliz. ¿Que qué me falta? Mira, la felicidad consiste en no tener nada que esconder. A mí no me falta nada, pero tengo muchas cosas escondidas. Y tú también. Todos saben donde les aprieta el zapato. En realidad, el término apropiado es ocultar, no esconder, que no es lo mismo, porque esconder es un acto. Por eso no soy feliz. Los viejos no podemos contar.
-Me parece injusto.
-Mira, te voy a contar una de las tantas cosas que vi en tantos años de viajes. Me tocó salir muchas veces a buscar plata para los comedores infantiles. Y todos ésos que pagaron una entrada para ver a Tito Fernández en el extranjero, nunca supieron que lo que estaban pagando era un desayuno para un cabro chico. ¿Cómo entré la plata? Eso mejor no te lo cuento, porque eran cantidades grandes de dólares. Pero cada vez que salí los entré, lo que no te puedo asegurar es si realmente la plata llegó a los comedores infantiles. Confío en que sí. ¿Quién crees que tuvo que salir a buscar plata para hacer los primeros talleres de teatro en dictadura? Yo po’. Además de las otras cosas que te contaba de la Línea roja. Hay un proyecto de documental conmigo, que algo avanzado está y quizás ahí se sabrán algunas cosas.
-Cosas duras.
-A mí la vida me ha dado todo, patadas, lo que querái. Tuve que estudiar artes marciales Que te hagan un simulacro de fusilamiento es un despelote, pero te enriquece.
El cantor dice que no canta por los aplausos, ni por la aprobación, que no tiene ni una favorita, pero que al mismo tiempo todas son sus canciones más queridas. "Yo voy a cantar, a mostrar el canto. Y eso hago. Y lo hago impecablemente".
-¿Qué le falta?
-Estoy con fatiga de material. No tengo la misma fuerza que antes. Y ahora estoy en el trabajo de desaparecer
-¿Cómo es eso?
-Primero tienen que conocerte para que puedas empujar tu trabajo. Lo importante es el canto y no el cantor. Luego lograr hacerte de un público cautivo, al que yo respeto por sobre todas las cosas del mundo. La posibilidad de hablar se la debo a ellos. Porque gracias a ellos pude pagar un fonoaudiólogo, y los estudios vocales necesarios para no quedarme sin voz hace unos años. El artista no puede sentir. Si te emocionas no estás haciendo bien tu trabajo. Por el público tiene que volar tu canto. Si tú te identificas con tu canto, estai cantando pa’ dentro. Tú te emocionaste cuando hiciste el canto, no en el escenario, ahí hay que saber como se pone una m, una a, como debes pararte. Yo no me subo a cantar, me subo a mostrar el resultado de un trabajo y lo hago bien.
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